sábado, 26 de febrero de 2011

El egoista Daniel.

Daniel, el hermano medio entre dos mujeres; mi hermano. Usurpé(?) su lugar de hermano menor luego de 3 años de nacido. Y desde ese momento comenzaron mis desdichas y su deseo de hacer mi  vida miserable, consiente e inconscientemente. Desde que tengo uso de razón, Daniel ocupaba su tiempo libre (que era mucho) en golpearme, molestarme, destrozar mis cosas. La razón? Aún no la sé. Maldición! Nunca le llegue a preguntar ese tipo de cosas, que porque me pegaba, porque no me quería, porque se reía mientras yo me lamentaba de los golpes que el me daba. Pude haberme quejado, pude haber frenado sus ofensas hacia mi, pero mis papas nunca me creyeron, es más, me gritaban pues creían que yo sola me buscaba mis problemas. Quizá si, lo molestaba, quizá hacia que el se enojará; pero mi mente de cinco años ya olvido esas cosas. Lastima solo recordar lo malo.


Los años pasaron, y los golpes también.
Crecía el, termino el colegio, y se cambio de ciudad para estudiar en la universidad con la que yo soñé toda la vida. Mi mayor sueño. Nuestra distancia hizo olvidarnos aún más de nuestro pasado tormentoso. Se podría decir que 'renacimos' como hermanos. Lo empecé a querer, empezó a importarme nuevamente, eramos amigos cercanos y a la vez lejanos. Era mi ejemplo. En algún momento me dije a mi misma que quería ser como el. Pero, luego estar juntos fue quizá un error. Conocí quien era, que su comportamiento conmigo era tan solo una careta más de las que solía tener, me advirtió mi hermana. Pero yo tenía que ver para creer. Y vi, la maldita realidad de Daniel, desde ese momento un completo desconocido para mí.
 Dos meses después, comenzó el 2012, yo con mis pensamientos de soñadora, de un futuro exitoso. El, aunque tenía dieciocho años, era un completo inmaduro, vivía el presente. Solo el presente, una vida que iba desperdiciando día tras día. No quería a nadie, no le importaba nadie, le daba igual todo. Que hacía yo, entonces? Mi impotencia me hacía llorar. Lloraba si no le hacía caso a mis papas, lloraba si no llegaba a dormir a casa; lloraba por cada una de sus imprudencias. No pude hacer nada, quería que cambie, y nunca pude.
Me volvía loca, literalmente. Quería un psicólogo, un terapeuta, un psiquiatra, que alguien me ayudará a quitarme la vida de Daniel de encima. Imposible. Hasta ahora no comprendo porque me infiltraba tanto en su vida, era de él; no mía. Pero inevitable fue quedarme tranquila...
Un día, deje de verlo. Dejo de vivir en mi casa, se comunicaba con mis papas, y enviaba regalos. Regalos materiales, demasiado para mi gusto. 
Hoy 10 años después, sigo sin verlo. Tarjetas navideñas y de cumpleaños, están guardadas y dedicadas a este ser que me jodió la vida. Y realmente fue un ejemplo, un ejemplo para no seguir su camino.